La crisis del sector vitivinícola español está en el punto de mira. Con una superficie de 961.000 hectáreas de viñedos, España es el mayor productor mundial, pero la caída del consumo global de vino, que ha pasado de 247 millones de hectolitros en 2017 a 221 millones en 2023, está haciendo tambalear este liderazgo. La propuesta de arrancar viñedos, inspirada en Burdeos, ha generado un debate intenso entre viticultores y bodegas, reflejando posturas opuestas sobre cómo afrontar este desafío.
La propuesta de las organizaciones agrarias
Organizaciones como Asaja, Coag y Upa han solicitado al Ministerio de Agricultura ayudas para arrancar 90.000 hectáreas de viñedos, priorizando variedades tintas y viñedos en manos de agricultores cercanos a la jubilación. Según Joaquín Vizcaíno, de Coag, este enfoque quirúrgico busca evitar una medida masiva y mantener la sostenibilidad a largo plazo. «No queremos la ley de la selva, sino un ajuste razonable», comenta, señalando la necesidad de proteger al sector rural.
La propuesta está inspirada en la reciente decisión de Francia, donde el Gobierno ha destinado 57 millones de euros para suprimir 9.500 hectáreas en Burdeos, alrededor del 10% de la superficie total. En España, donde el potencial vitivinícola supera al de Francia, China e Italia, el descenso de la demanda pone en riesgo la viabilidad de muchos viticultores, quienes ya enfrentan precios bajos y un mercado cada vez más competitivo.
Resistencia desde las bodegas
La Federación Española del Vino (FEV), que agrupa a la mayoría de las bodegas del país, considera que el arranque masivo no es la solución adecuada. Según José Luis Domínguez, director general de la FEV, esta medida podría dañar la competitividad global del sector y sugiere explorar alternativas, como la reducción de rendimientos o mayores controles en las denominaciones de origen. «Arrancar es un camino sin retorno. Una vez que perdemos cuota de mercado, es difícil recuperarla», advierte.
Sin embargo, la FEV no descarta un arranque selectivo en zonas concretas y con condicionantes específicos. Entre ellos, evitar que se afecten viñedos cualitativos o que las áreas reconvertidas con fondos europeos sean nuevamente subvencionadas. También aboga por soluciones estructurales, como fomentar la producción de vinos de mayor valor añadido, en lugar de priorizar el volumen.
Un cambio en el consumo global
El descenso en el consumo de vino en Europa se debe, en parte, a una mayor concienciación sobre la salud, el cambio en las preferencias de los jóvenes hacia otras bebidas y el auge de los vinos sin alcohol o con bajo contenido alcohólico. La Comisión Europea prevé una disminución anual del 1% en el consumo de vino hasta 2035, situándose en unos 20 litros per cápita, una cifra significativamente inferior a la media histórica.
Además, las exportaciones de vino europeo no ofrecen un alivio sustancial. Con un crecimiento estimado de solo el 0,3% anual, el mercado internacional se encuentra saturado, lo que pone de relieve la necesidad de replantear la estrategia del sector.
Impactos del cambio climático
El cambio climático también está jugando un papel crucial en esta crisis. Regiones como la del Cava han experimentado cosechas muy bajas debido a las condiciones climáticas extremas, complicando aún más el panorama para productores y bodegas. Esta nueva realidad exige una adaptación rápida y eficaz que combine sostenibilidad con competitividad.
Rioja: un caso especial
En la denominación de origen Rioja, donde la crisis se siente con fuerza, la Asociación de Bodegas Familiares ha propuesto un arranque voluntario y financiado de hasta 6.700 hectáreas, equivalente al 10% de su superficie actual. Este enfoque pretende aliviar la sobreoferta sin comprometer la calidad ni la capacidad futura de producción.
El desafío del equilibrio
El debate sobre el arranque de viñedos refleja una tensión entre la necesidad de ajustar la oferta y la demanda y la preservación del patrimonio vitivinícola de España. Mientras los viticultores buscan medidas inmediatas para garantizar su supervivencia, las bodegas apuestan por estrategias a largo plazo centradas en la innovación y el valor añadido.
La resolución de este conflicto definirá el futuro de un sector que no solo es esencial para la economía rural, sino también para la identidad cultural de España. La clave estará en encontrar un equilibrio que permita responder a las demandas del mercado global sin sacrificar la esencia y el legado de los viñedos españoles.