Brasas de encina, cortes nobles y diseño retrofuturista. Gran Vía 18 se ha convertido en uno de los templos gastronómicos más deseados de Madrid. Bajo la dirección del chef Jairo Jiménez, el fuego adquiere un lenguaje propio: respeto por el producto, técnica precisa y un dominio absoluto del punto que convierte cada plato en una experiencia sensorial.
En una ciudad donde las brasas son, a menudo, un mero reclamo, Gran Vía 18 las ha elevado a seña de identidad. Desde su apertura, la brasa no es solo una herramienta de cocina, sino un medio para expresar una filosofía culinaria: honestidad, producto y pasión por el detalle.
El arte de la brasa en el corazón de Madrid
En el corazón de la Gran Vía, el fuego se siente, se huele y se escucha. Gran Vía 18 trabaja exclusivamente con carbón de encina, un material que marca la diferencia. Su combustión lenta y su aroma intenso impregnan cada corte de un carácter ahumado inconfundible. No se trata solo de cocinar, sino de interpretar el fuego como una extensión del chef.
Jairo Jiménez domina ese arte con precisión milimétrica. Bajo su dirección, la parrilla se convierte en un escenario donde la temperatura, el tiempo y la textura dialogan entre sí. Aquí se asan puerros como calçots, se marca el pulpo hasta lograr una piel dorada y un interior jugoso, y se doran pescados nobles con el perfume sutil de la encina. Pero es con la carne donde este lenguaje alcanza su máxima expresión.

El fuego como ADN. Esa es la filosofía que impregna cada plato. La brasa no oculta, revela. No disfraza, potencia. Cada bocado cuenta una historia de paciencia, técnica y respeto por el origen.
Cortes nobles y maduraciones que rozan la perfección
Con la llegada del otoño, la propuesta se vuelve más contundente y carnívora. Gran Vía 18 celebra la carne como un arte vivo, donde el tiempo y la temperatura dialogan en perfecta armonía. Las maduraciones prolongadas —de hasta 150 días— son el secreto que convierte cada pieza en un universo de sabor y textura.
Entre las estrellas del menú brilla el lomo alto de vaca Holstein de los Países Bajos, con seis años de edad y 150 días de maduración. Su infiltración, su aroma y su jugosidad son una declaración de principios: paciencia y precisión. A su lado, el cañón de buey madurado 90 días se presenta con potencia y carácter, mientras que el vacío de vaca y la chuleta de vaca vieja Simmental, con 80 días de maduración, ofrecen un equilibrio perfecto entre sabor intenso y ternura.
El desfile continúa con el lomo bajo de vaca frisona madurado 60 días, la entraña de añojo nacional, el t-bone trinchado con lomo y el secreto 100% ibérico de bellota con mojo negro canario, un guiño mediterráneo que rompe las fronteras de la parrilla clásica. Y, para los paladares más curiosos, un steak tartar de vaca vieja madurada con yema a baja temperatura y pan brioche: elegancia y tradición reinterpretadas con técnica contemporánea.
Cada corte habla de tiempo, cuidado y fuego. El fuego que carameliza el exterior y mantiene la esencia en el interior. En cada plato hay un equilibrio entre rusticidad y refinamiento, entre el respeto a la tradición y el deseo de innovación.
Guarniciones y acompañamientos con alma propia
Si la carne es protagonista, las guarniciones son su coro armónico. En Gran Vía 18, los acompañamientos no buscan destacar por sí mismos, sino realzar el sabor principal. Todo está pensado para acompañar, no competir.
Las opciones son sencillas, pero precisas: boniato frito con notas dulces que contrastan con el ahumado de la brasa, patatas baby asadas con mantequilla y romero, o las espectaculares patatas fritas hojaldradas, crujientes por fuera y etéreas por dentro. A su lado, pimientos rojos asados, pimientos de Padrón o una ensalada fresca con vinagreta cítrica equilibran la intensidad del plato principal.
Esa sencillez calculada es otro signo de identidad. En la cocina de Jairo Jiménez no hay ornamentos gratuitos, solo lo necesario para que cada bocado tenga sentido.

Del Hotel Roma al diseño retrofuturista
Gran Vía 18 no solo conquista por el paladar. Su estética y su atmósfera lo convierten en un espacio de culto. El restaurante ocupa las dos últimas plantas del emblemático edificio que albergó el antiguo Hotel Roma, inaugurado en 1915, ahora parte del innovador concepto WOW. Más de 1.000 metros cuadrados dedicados a la gastronomía, el diseño y la experiencia.
Su interior combina referencias retrofuturistas con la calidez de un gran apartamento madrileño. Sofás curvos, lámparas escultóricas, librerías repletas de libros y un antiguo estudio de grabación reconvertido en sala privada. Todo está diseñado para invitar a quedarse, para disfrutar con calma. La estética de los años 70 se mezcla con materiales nobles y una iluminación envolvente que realza los tonos de la madera y el fuego.
Cada rincón tiene su historia: un homenaje al pasado con mirada al futuro. Desde el salón principal hasta las zonas más íntimas, el espacio equilibra sofisticación y confort. Y, como broche, su rooftop con doble terraza ofrece una de las panorámicas más codiciadas de la Gran Vía.
Un espacio para todos los momentos
Pese a su amplitud, Gran Vía 18 logra algo difícil: ofrecer intimidad. Sus diferentes ambientes se adaptan a cada ocasión. Hay rincones discretos para cenas en pareja, mesas amplias para celebraciones y espacios abiertos donde la conversación se mezcla con el sonido de las brasas.
La versatilidad del lugar es parte de su encanto. Puede ser el escenario de una comida de trabajo, de una cena romántica o de un encuentro entre amigos. Su propuesta gastronómica y estética lo convierte en un destino en sí mismo, más allá del mero acto de comer.
El precio medio, entre 50 y 60 euros, refleja una experiencia que va más allá del plato. Y para quienes buscan una opción más informal, el menú del día por 19,50 euros ofrece un resumen perfecto del espíritu del restaurante: producto, técnica y sabor.
Gran Vía 18: el fuego que define una nueva era carnívora en Madrid
Gran Vía 18 no pretende seguir modas, las crea. Su cocina demuestra que la autenticidad sigue siendo la mejor vanguardia. En cada corte, en cada brasa, hay una declaración de respeto al producto y al oficio. La carne, aquí, no es un simple alimento, sino una experiencia completa donde el tiempo, la técnica y el fuego se encuentran.
Jairo Jiménez ha hecho del fuego su lenguaje y de la encina su firma. Su cocina es un recordatorio de que el verdadero lujo está en la pureza, en la paciencia y en el dominio de lo esencial.
Quienes cruzan sus puertas descubren más que un restaurante: encuentran un lugar donde la carne se escucha, se contempla y se celebra.
Porque en Gran Vía 18, el fuego no quema: transforma.