La Tarazana, bodega centenaria en Mairena del Aljarafe, sigue llenando mesas con su cocina de siempre y un reclamo muy actual: cachopos gigantes. Aquí el tamaño impresiona, pero lo que fideliza es la regularidad del sabor, la sala luminosa y un servicio cercano. No es casual que muchos clientes la definan como “excelente en todos los aspectos”, del trato al precio, pasando por la contundencia de sus platos.
Fundada en 1917 y mantenida por la familia que la vio nacer, La Tarazana conserva espíritu de bodega y costumbres de casa de comidas. El protagonismo reciente del cachopo ha atraído a nuevas generaciones, sin desplazar los guisos, las frituras bien hechas y los postres caseros. Con valoraciones altas y reseñas que insisten en la constancia, el local confirma su fórmula: porciones generosas, materia prima reconocible y una cuenta que no rompe el bolsillo.
Una bodega con más de un siglo de historias
La Tarazana nació como bodega de barrio cuando Mairena del Aljarafe aún tenía ritmo de pueblo y calles de conversación lenta. Su estética lo cuenta: techos a dos aguas, barra de azulejos, vigas vistas y una terraza amplia donde el tiempo parece avanzar distinto. En los años setenta, la casa dio un paso natural, pasando de servir vinos y algo de chacina a ofrecer una carta sólida de platos, primeros sencillos y, después, más extensa. Lo esencial, sin embargo, no cambió: mesa compartida, producto reconocible, tradición a la vista.
El encanto está en esa continuidad que no necesita disfraz. Hay fotos antiguas, una barra que invita a la charla y camareros que te recomiendan según la hora, el hambre y la compañía. La clientela repite porque sabe que encontrará lo que busca: frituras doradas sin pesadez, guisos que respetan el punto y raciones pensadas para el centro. En una comarca donde los locales cambian con rapidez, esta bodega conserva un hilo que une generaciones.
El cachopo que manda en la mesa
La estrella actual de La Tarazana es el cachopo de grandes dimensiones, servido con corte limpio y empanado crujiente que protege un relleno clásico. Llega a la mesa con guarnición que admite variaciones, y su presencia provoca esa media sonrisa de quien sabe que viene una comida larga y compartida. El tamaño es un reclamo poderoso, sí, pero el éxito descansa en el equilibrio: carne tierna, queso fundente, jamón acomodado y una fritura que no domina el conjunto.
Quienes lo piden por primera vez en La Tarazana suelen sorprenderse con la regularidad del punto. No es un plato de foto y ruido; aguanta bien el paso del tiempo en la mesa y permite compartir sin que la calidad se pierda a los diez minutos. La recomendación del personal es clara: mejor al centro, acompañado por alguna entrada ligera y una bebida fresca que corte la grasa justa del empanado. El comentario se repite entre mesas: aquí lo grande también sabe bien.
Qué pedir si vas por primera vez
Para entrar, el trío croquetas, gambas al ajillo y fritura de La Tarazana es una puerta segura. Las croquetas, con bechamel cremosa y rebozado correcto, alternan rellenos clásicos, y las gambas llegan chisporroteando, con ajo amable y un punto de guindilla que anima sin invadir. La fritura mezcla choco y bacalao en taquitos, dorados y ligeros, acompañados por una mayonesa suave o un aliño rápido de limón.
Si prefieres un fondo de cazuela, el arroz negro con chipirones es un plato que funciona muy bien para compartir y no desplaza al cachopo si llega después. En carnes, el solomillo al cabrales de La Tarazana mantiene equilibrio entre potencia y salinidad del queso, con salsa ligada y textura cuidada. Los postres caseros aseguran cierre dulce sin artificios: tarta de queso fresca, tarta de chocolate contundente y tocino de cielo que respeta el brillo y la densidad esperados.
Precios que invitan a compartir
La Tarazana compite con una relación calidad-precio difícil de discutir, especialmente si se comparte. El cachopo, por ejemplo, permite alimentar a dos con apetito medio o a tres si hay entradas previas, de modo que el coste por persona desciende sin renunciar a cantidad. Las frituras suelen tener ticket amable, y los guisos se mantienen en un rango competitivo que no exige vigilancia constante de la cuenta.
Pedir al centro no solo abarata, también mejora la experiencia. La mesa se llena de platos que dialogan, permite probar más y alarga la conversación, que es parte del encanto de esta bodega centenaria. Para evitar esperas innecesarias, conviene reservar en La Tarazana en fines de semana o llegar con tiempo en el segundo turno nocturno. La rotación es ágil, pero la demanda del cachopo y de los clásicos convierte algunos servicios en pequeñas fiestas.
Horarios y mejor momento para ir
La bodega de La Tarazana abre al mediodía casi todos los días, con un doble turno de comidas y cenas los fines de semana. Los miércoles descansan, detalle fácil de olvidar si te mueves por impulso. El mediodía suele ser más tranquilo, con familias que aprovechan la luz de la terraza y grupos que alargan el café sin prisa. Por la noche, el ambiente gana temperatura y risas, especialmente en los meses templados, cuando la terraza se llena y el interior mantiene su ritmo clásico.
Si vas a por el cachopo de La Tarazana, la recomendación es clara: llega pronto o coordina la reserva para el arranque del servicio. Así garantizas mejor ritmo entre entradas y principal, y evitas que la mesa quede cautiva del plato estrella sin espacio para el resto. La casa, acostumbrada a la demanda, organiza pases con soltura, pero el timing ayuda a disfrutar más y mejor.
El ambiente: tradición sin artificios
La sala de La Tarazana combina gran salón interior con mesas bajas y una terraza amplia que recoge el pulso de la calle. Aquí no hay artificio: el encanto se apoya en la madera, el azulejo y una iluminación que favorece conversación, plato al centro y sobremesa con medida. El servicio conoce su casa y eso se nota; sugieren raciones según el número de comensales y ajustan la comanda para no saturar la mesa sin necesidad.
El público mezcla vecinos de siempre con visitantes atraídos por la fama del cachopo. Verás familias celebrando, parejas que repiten y grupos que convierten la cena en rito semanal. Entre semana, el ambiente se aquieta y permite comer a ritmo pausado, ideal para probar guisos y escuchar la historia de la casa. El local honra su pasado sin renunciar a ser útil hoy.
Cómo llegar y moverse por Mairena
La Tarazana se encuentra en Pozo Nuevo, en el centro de Mairena del Aljarafe, con calles que invitan a un paseo previo o posterior. Llegar es sencillo: el municipio está bien conectado con Sevilla y dispone de transporte público que facilita la visita, además de aparcamientos en calles adyacentes si prefieres el coche. La zona permite ir en grupo sin complicaciones, y el entorno suma motivos para parar y quedarse.
Para quienes viven cerca, la bodega es una extensión del barrio, una sala común donde celebrar lo cotidiano. Para quienes llegan de fuera, la visita ofrece una fotografía honesta del Aljarafe: cocina reconocible, trato cercano y precios contenidos. Sea cual sea el origen, la sensación final coincide: has estado en un sitio que se sabe importante por lo que mantiene, no por lo que promete.
La voz de los clientes
Las valoraciones redondean la impresión general. El promedio alto en reseñas no es un accidente; responde a regularidad, platos que cumplen lo que anuncian y un servicio que funciona. Se repite una frase que lo sintetiza todo, y que aquí escuchas de mesa en mesa: “excelente en todos los aspectos”. La idea aparece desglosada en comentarios sobre calidad, rapidez, amabilidad y una factura que no descompone el ánimo al despedirse.
Entre las opiniones frecuentes de La Tarazana, destaca la sorpresa grata del primer día, ese “hacía tiempo que no daban con un sitio así” que alguien suelta casi sin darse cuenta. Otra observación habitual subraya lo poco común de sostener un carácter propio en tiempos acelerados: “en una época donde todo parece efímero, este restaurante es una rareza”. No hay grandilocuencia; hay constancia y oficio.
Consejos prácticos para afinar la visita
Si vais dos a La Tarazana, pedid una entrada ligera y el cachopo para compartir; si sois cuatro, añadid fritura o un arroz negro con chipirones. Aseguraos de dejar hueco para los postres caseros, con especial atención al tocino de cielo si te gustan los clásicos bien medidos en dulzor. Pregunta por las recomendaciones del día; a veces hay guiños de temporada que refrescan la carta sin desplazar a los fijos.
El ritmo de servicio es ágil, pero agradece que ordenes la comanda. Cuando llegue el cachopo de La Tarazana, compartid con calma y evitad que los entrantes se enfríen; parece un detalle menor, pero sostiene la experiencia. Y si buscáis un día tranquilo, apostad por el mediodía fuera del fin de semana, cuando la terraza suena a conversación baja y el interior encuentra su compás natural.
Un clásico que se disfruta compartiendo
La Tarazana demuestra que una bodega centenaria puede seguir viva sin decorar en exceso su memoria. Su actualidad no depende de modas pasajeras, sino de platos que saben a lo prometido y de un cachopo que se gana los aplausos con algo más que tamaño. Si te atrae la idea de comer bien, sin sobresaltos en la cuenta y con atmósfera de barrio, aquí tienes un destino claro en el Aljarafe.
La pregunta final es sencilla: ¿qué pedirías para empezar y con quién compartirías ese cachopo gigante que domina la mesa? Cuéntalo y suma tu voz a quienes ya la definen como “excelente en todos los aspectos”. Compartir experiencias ayuda a mantener viva la tradición y a reconocer a los lugares que la honran cada día.










