En el ámbito cinematográfico, los documentales han sido siempre una ventana excepcional a historias auténticas y fascinantes. Una obra que encaja perfectamente en este parámetro es la reciente «Villa Málaga: el tiempo de un vino». Dirigida por Eterio Ortega Santillana, la película se proyectó ayer en el auditorio Edgar Neville.
Un Viaje en el Tiempo a través del Vino
El hilo argumental es peculiar: un coleccionista de vinos adquiere una vieja botella de vino, desentando así todo un relato íntimo y apasionante. Esta adquisición no es una mera acción, es el comienzo de un viaje a través del vino y la historia, tejiendo un diálogo con el pasado que se presenta ante nosotros. Este recorrido nos adentra en las entrañas de Villa Málaga, donde las capas de tiempo se decantan sublime y delicadamente en cada copa al mismo ritmo que en cada fotograma.
La percepción de un coleccionista, a través del vino
El coleccionista, como figura central, se convierte en guía y testigo de un pasado y una cultura vitivinícola esencial en Málaga. Su experiencia y pasión por el vino permiten a la audiencia adentrarse en un universo heterogéneo de sensaciones y anécdotas.
El documental «Villa Málaga: el tiempo de un vino», va más allá de ser una historia sobre el vino, también es una narrativa sobre la vida rural, su evolución y su tradición. Aquí son retratadas las luchas y los esfuerzos que han hecho Málaga y su vino un símbolo de calidad y distinción en el mundo.
El documental nos enseña que un vino es más que una bebida: es un testimonio tangible que narra una historia viva. Y, por supuesto, es un legado en una botella, cuya huella se lee entre aromas y matices. Ortega Santillana, director de este proyecto, logra combinar con acierto la tradición vitivinícola de la región con la universalidad de conteo de historias.
Con su gragea especial, la realización cinematográfica nos invita a contemplar la historia de nuestro vino, de nuestra tierra y de nosotros mismos a través de la perspectiva del tiempo encapsulado en una botella de vino. Después de todo, todo buen vino necesita su tiempo y cada trago es, sin lugar a dudas, un viaje en sí mismo.